20140328

Texto de Martha Cerda sobre Ernesto Flores

Homenaje a Ernesto Flores

Martha Cerda


Hablar de Ernesto Flores es un reto porque no existe un solo Ernesto, en él convivían el poeta, el ensayista, el narrador, el maestro, el editor, el amante de la música y el promotor cultural. Yo me voy a permitir hablar del Ernesto cuentista y cómplice de aventuras literarias, con el que compartí momentos jubilosos acompañados de una buena taza de café y de un trozo clandestino de pastel, que Ernesto tenía prohibido. En todas esas ocasiones abrevé de su sabiduría en sabrosas pláticas donde el humor no se nos escatimaba y el buen chisme literario tampoco.
 Como cuentista Ernesto era riguroso, exigente, nunca estaba satisfecho con lo que escribía y corregía una y otra vez, por eso no se atrevía a publicar sus cuentos. Recuerdo que nos reuníamos a tallerear en su casa, en la mía o en la de Gloria Velázquez y nos contaba anécdotas de donde salían sus cuentos.
 Por fin se animó a publicar sus textos en un libro titulado Nubes que pasan, publicado por la editorial La Zonámbula, Conaculta y el gobierno de Nayarit, en el año 2010.
 Nubes que pasan reúne seis cuentos: La guadaña, El balcón, Dignidad, Los ojos de la noche, Fuego y Sibelis. La mayoría de estos cuentos son realistas y autobiográficos, inspirados en la infancia de Ernesto en su natal Santiago Ixcuintla. Son cuentos trabajados con esmero, meticulosa y minuciosamente, en los que Ernesto se revela como un gran cuentista.
 El primer cuento, La guadaña, nos habla de Salomé y Juan el Bautista. Con gran maestría Ernesto nos pinta los paisajes pero, donde se muestra más artista es cuando describe la escena del baile de Salomé, Cito:
 “Sonaron las flautas y vino una ola de música que se mezcló con el aroma de la mirra y los comentarios al oído sobre la trayectoria de aquella mano ondulante que se elevó como una serpiente. La silueta en reposo apenas se adivinaba palpitante. Luego Salomé siguió con su mirada enigmática la danza ascendente de la otra mano, hasta que ambas se rozaron por encima de su cabeza.
 “Osciló después perezosamente y los invitados contemplaron el hermoso perfil cuando la espalda se dobló hacia atrás tocando el piso con la cabellera. Hasta ese momento apenas era una sugerente danza del torso. A una frase alada de la flauta, el pie se levantó delicadamente más alto de lo que parecía posible. A pesar de que la música aceleraba, los movimientos de Salomé fueron ampliándose y haciéndose más lentos. Luego la bailarina cerró los ojos ebria de música, y giró abriendo los brazos arqueados, que al deslizarse cruzaron frente a su rostro como nubes”. Fin de la cita. Esta bellísima escena, exquisita y elegante nos hace mirar a Salomé bailando en pleno éxtasis. Es una página brillante de Ernesto.
 El segundo cuento, El balcón, es estremecedor, nos habla de la muerte de una niña por tétanos y el estupor de un amiguito, probablemente Ernesto de niño, ante la contemplación del cadáver a través del balcón, como se acostumbraba seguramente en los pueblos en aquella época. Cito:
 “Voces pálidas de mujeres:
 –Mira, un angelito.
 –Se abrió la gloria.
 –Arriba hay fiesta.
 –¡Cuánta alegría!
 Luego ningún ruido. Las voces dejaron de sonar. Y Ernesto remata con una imagen contundente: Nada se movió en esa eternidad”. El niño se quedó toda la tarde viendo a la niña muerta, hasta que al anochecer su padre va por él. Cito:
 –Ande mi muchachito. Ya es tiempo. Vámonos a la casa. Su mamá lo espera.
 –¿Eh?... ¿Cómo?
 Joel hizo un esfuerzo inútil, sus manos permanecieron rígidas apretando las rejas. No las sentía. Oyó otra vez aquel susurro grave soplando en su oído.
 –Suelta la reja, mi hijo. A ver, ¡Joel!
 Ayudado sintió cuando destrababan sus dedos. Imaginó un gemido desbarrancado yéndose en un pozo interminable: Noooo
 Joel soltó las rejas y se desplomó” Fin de la cita.
 Con el cuento Dignidad me parece estar oyendo a Ernesto hablar de su madre y de su padre. Ella una mujer enérgica que no dudaba en ir a sacar a su marido de los lugares non sanctos que frecuentaba y él un hombre recio, que había sido capitán en las tropas del general Buelna. Rubio, alto, ojo azul, que en cuestión de amores no dejó títere con cabeza. Ernesto describe cariñosamente al personaje de su madre, Cito:
 “Nadie hubiera adivinado tal capacidad de celos en aquella mujercita risueña… su boca pequeña y rugosa: su color claro teñido por el paludismo y la quinina; la nariz corta como la de una niña. Pequeña y nerviosa, era móvil como una llama. Al platicar, sus manos describían vuelos y regresaban para apoyarse con fuerzas en sus caderas… Reía con todo el cuerpo graso, las espaldas, el vientre el torso”. Fin de la cita.
 El caso es que un día doña Sarita, que así se llamaba, se topa en el camión con una mujer de la vida alegre, a la que le decían La Vaca Echada y con la que al parece su marido había tenido queveres. Indignada, doña Sarita le dice: “En donde yo voy no irá ninguna piruja como usted”.
 Con el tiempo, paradójicamente La vaca Echada va a pedirle ayuda a doña Sara porque no tiene a nadie a quien acudir. Cito: “Doña Sara, estoy muy enferma. Tengo una deuda con el casero. Me amenaza con echarme a la calle. No me alcanza ni para lo necesario. No hay quien me ayude…
 –¿Qué tienes? (pregunta doña Sara y sigue narrando).
 Ella me describió los síntomas de una enfermedad vieja. Sentí compasión, pero permanecí de piedra. Y ella también: Era el diálogo entre dos mujeres separadas por un muro.
 Pero nobleza obliga y doña Sara finalmente dijo:
 Dile a tu casero que venga a verme. ¿Cuánto necesitas para vivir? Te mandaré al doctor Pernas y las medicinas que necesites. (Los Flores tenían una farmacia en Snatiago).
 La historia termina de forma conmovedora: cuando doña Sara muere, La Vaca Echada muestra su agradecimiento. Una empleada de la botica dice:
 Toda la noche esa mujer a la que doña Sara le decía La Vaca Echada, se quedó en la plaza, frente a la botica”. Fin de la cita.
 El siguiente cuento, Los ojos de la noche, está inspirado en el cuento El otro, de Borges, donde el personaje viejo se encuentra con él mismo de joven. Ernesto contaba que Borges se había apropiado para escribir este cuento, de uno de un escritor desconocido, no recuerdo su nombre, y que esto solía pasar entre los escritores reconocidos. Al final del cuento, Lucio, el personaje joven, se encuentra con su yo viejo y Ernesto termina diciendo: “Y desde sus quevedos lo observó con la curiosidad de un hombre que se contempla desde el espejo”.
 En el quinto cuento del libro Ernesto maneja a una moderna Medea que mata a sus hijos, pero con sutileza Ernesto evade las escenas violentas y sugiere la tragedia. En este libro hay una frase que alude al título del libro, cito: “Goces que ahora veía pasar como nubes”.
 Aquí la protagonista, Amparo; envenenada por los celos al ver que Antonio, su hombre, la deja por otra, acaba con la vida de sus niños. Chole, una alcahueta a la que Amparo le pagaba para que le llevara chismes de Antonio, descubre el asesinato y corre a decírselo a Antonio. Cito:
 –“¡Sus niños!
 Se ahogaba y no podía hablar.
 –¡Sus chiquitos, don Toño!
 Él se puso lívido y adivinó”.
 Y Ernesto remata diciendo: Arriba las estrellas disminuyeron su vértigo.
 El último cuento del libro es otro texto memorable, se titula Sibelis y es la historia de una prostituta casi niña, que induce al personaje masculino, también casi niño, a su primera experiencia sexual. Con una prosa clara, sin rebuscamientos, Ernesto narra en un tono coloquial estas anécdotas con mucha intensidad, Cito:
 “Vi su yema tocarme la mejilla, rozar apenas el vello del bozo, seguir la línea de mi labio. Dibujó con deleite la curva del párpado y el nacimiento del pelo y jugó con el pabellón de mi oído…la vi acercar sus labios hambrientos y posarse en mi cuello y resbalarlos hasta mi espalda…Oí el chasquido de su boca húmeda en mi oreja; quise contenerme, por vergüenza, mas fue inútil. Aquellas manos me desabotonaron y echaron atrás mi camisa. Cerré los ojos cuando ella deslizó su lengua en mi hombro…Vino un sismo, una marejada, un estallido que oscureció todo y me precipitó en la muerte…Luego fue muy delicada, tan sabia que no recuerdo ni cómo sucedió aquello…Fue como abrir los ojos en otra vida. Así debe sentirse uno en el cielo”. Fin de la cita. Este es un ejemplo de erotismo fino.
 No cabe duda de que Nubes que pasan es un libro con una gran riqueza conceptual y formal, además del valor sentimental que tiene para quienes quisimos a Ernesto Flores. Desgraciadamente se quedaron algunos cuentos en el tintero. Ernesto decía que quería escribir un cuento sobre el pozo de Orvieto y contaba de cuando estuvo ahí y de la impresionante escalera de caracol que llevaba al fondo. No sé si por fin lo escribió, sería importante rescatarlo.
 En estas páginas está Ernesto Flores, el maestro y entrañable amigo. Termino con sus palabras: “Siempre se vuelve al mundo de los niños. Acaba uno por regresar al punto de partida. Otra vez en Santiago”.


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